El octavo hábito
De la efectividad a la
grandeza
A pesar de todos los cambios
que ha sufrido el mundo laboral (nuevas tecnologías, nuevas concepciones,
nuevos métodos, etc.), aún seguimos pensando en buena medida desde el paradigma
de la llamada Era Industrial, que considera a los trabajadores como una materia
prima más. Esta es una concepción en extremo inconveniente, pues no logra sacar
lo mejor de cada una de las individualidades que componen a la organización:
algo fundamental en la Era de las Comunicaciones y la Información. Es preciso,
pues, hacer que los trabajadores identifiquen sus potencialidades y aprendan a
utilizarlas en beneficio propio y, en definitiva, de la organización.
El octavo hábito supone
escuchar nuestra propia “voz interna” y enseñar a los demás a identificar la
suya propia. Se trata de enseñarle a los demás el arte de sacarle provecho a lo
que es propio de cada individuo; de modo que cada persona se vuelva
indispensable en la organización en virtud de sus capacidades irrepetibles.
Sacarse la sangre en la modernidad
La Gerencia está atravesando
por el problema de que continúa apoyándose sobre el paradigma de la Era
Industrial. Los médicos del Medio Evo eran capaces de extraerle la sangre a un
paciente. Aunque hoy en día nos parezca bárbaro el uso de sanguijuelas para
hacerlo, dicha práctica se derivaba del paradigma de la época según el cual si
alguien estaba enfermo, quería decir que su sangre estaba repleta de agentes
extraños y, por tanto, esta debía ser extraída. Tras la aparición de la teoría
de los gérmenes, el paradigma cambió y se salvaron millones de vidas.
Los paradigmas son muy
poderosos. El viejo paradigma de la Era Industrial sostenía que la gente no era
más que un insumo, parecido a ciertas materias primas como el acero o la
energía.
Por tanto, las personas eran
tratadas como cosas, y no como individuos integrales dotados de corazón, mente,
cuerpo y espíritu; eran como objetos que debían ser controlados y de los cuales
se debía desconfiar. Pero, si bien las circunstancias han cambiado desde
entonces, el paradigma básico continúa entre nosotros. Los trabajadores son
objetos que deben ser controlados para que se desempeñen efectivamente.
Esta es una visión realmente
disfuncional en la Era de la Información y el Conocimiento. En el antiguo
paradigma, los trabajadores estaban sometidos a mucho dolor y frustración
Independientemente de si eran exitosos o no. Afortunadamente, el paradigma
laboral está cambiando hoy en día, y el “octavo hábito” es una expresión de tal
cambio.
El octavo hábito no significa
añadir otro hábito a los siete que habían sido planteados con anterioridad.
Significa aplicarle una “nueva dimensión” a los Siete hábitos de la gente
altamente exitosa, que mejora el desempeño de cada uno de ellos.
El octavo hábito supone
“encontrar nuestra voz y ayudar a los demás a encontrar la de ellos”. En este
contexto, “voz” se refiere al valor intrínseco de cada persona en el ámbito
laboral.
Haciendo algo diferente
Un coronel con más de 30 años
de experiencia comanda una base militar. En vez de retirarse, decide quedarse e
impulsar un cambio de cultura en la organización. Sabe que será una gran batalla.
Cuando alguien le pregunta por qué no se retira y se evita así problemas, el
coronel explica que justo antes de morir, su padre le susurró las siguientes
palabras: “Hijo, no hagas lo que yo hice: nunca hice nada por ti o por tu
madre, y en realidad nunca hice nada diferente”.
El coronel explicó que estaba
decidido a implementar cambios en su regimiento que tuvieran un impacto
positivo hasta mucho después de su muerte. Todos tenemos la oportunidad que
tuvo el coronel: vivir mediocremente o
con grandeza. La buena noticia es que si hemos escogido la mediocridad, siempre
podemos regresarnos; siempre es posible escoger la grandeza.
Descubrir nuestra voz
Encontrar nuestra voz supone
cumplir con nuestro potencial interior. Es decir, encontrar aquel trabajo que
verdaderamente aproveche nuestro talento y alimente nuestra pasión.
El mayor don que recibimos al
nacer es la capacidad de decidir si desarrollaremos o no nuestro potencial.
Esta es una elección que podemos hacer entre acción y acción. Es preciso
reflexionar y determinar cuál será nuestra reacción.
La capacidad para entender
nuestra libertad para elegir nos abre la puerta a cuatro habilidades o
inteligencias:
1. Mente: IQ es la
inteligencia mental: mucha gente la considera la inteligencia por excelencia.
Sin embargo, es una opinión muy limitante.
2. Cuerpo: PQ es la
inteligencia corporal: este tipo de inteligencia es normalmente descartado,
pues no tiene relación con la conciencia. No es necesario pensar para respirar
o para que nuestro corazón lata. Sin embargo, esta inteligencia responde
constantemente al ambiente para
mantenernos saludables, libres de infecciones, etc.
3. Corazón: EQ es la
inteligencia emocional: para poder comunicarnos bien con los demás, es preciso
que seamos diligentes, sensibles y empáticos. Una persona con un EQ alto sabe
qué decir y cuándo decirlo; cómo sentirse y cómo expresar dichos sentimientos.
Según ciertos estudios, el EQ es un factor que influye más en nuestro éxito que
el IQ.
4. Espíritu o Alma: SQ
es la inteligencia espiritual: esta es la inteligencia más importante, pues
dirige las actividades de las otras tres. Nuestro interés por darle sentido a
las cosas y por fijarnos objetivos desarrolla nuestro SQ.
La mayor expresión
Para encontrar nuestra voz, es
preciso entrar en contacto con los cuatro elementos que forman a una persona:
mente, cuerpo, corazón y espíritu.
Normalmente, las personas exitosas
logran elevar cada una de dichas inteligencias a su mayor expresión:
1. Mente = Visión:
cuando la mente está completamente desarrollada, logramos visión, es decir, la
habilidad de identificar el mayor potencial de cada persona, de las
instituciones y de las empresas. La gente que no ejercita la capacidad mental
de crear, o que la desaconseja, carece de visión. Son incapaces de ver las
maravillosas posibilidades que se abren en circunstancias adversas. Cuando
alguien carece de visión, termina haciendo el papel de víctima.
2. Cuerpo = Disciplina:
para poder convertir la visión en realidad, es preciso ser disciplinado. La
disciplina es el hijo de la visión y el compromiso. Es preciso tener ambos.
3. Corazón = Pasión:
quienes desarrollan un corazón sabio sienten la ardorosa pasión de la
convicción, la llama que sostiene la disciplina necesaria para alcanzar la
visión. La pasión fluye desde el encuentro y uso de nuestra voz hasta el logro
de grandes cosas.
4. Espíritu = Conciencia:
desarrollar nuestra identidad mental nos permitirá elegir el camino adecuado.
A medida que conozca, respete y
equilibre estas manifestaciones de sí mismo, se crea una sinergia entre ellas.
Entonces uno comienza a comprender qué somos capaces de lograr, y eso nos
energiza.
La voz humana es única y
significante, ya que se encuentra en la intersección de sus únicos:
Talentos: sus
fortalezas y habilidades naturales.
Pasiones:
aquello que le emociona y entusiasma.
Necesidades
Conciencia: la
pequeña voz interior que discrimina lo que es correcto de lo que no.
Definición de liderazgo
El liderazgo es la habilidad de
propiciar que los demás entiendan su propio valor y potencial, y que sean
capaces de vivir en concordancia con ellos. La visión laboral de la Era
Industrial fracasó porque no cultivó la confianza, puso al jefe en el centro de
toda actividad, restó poder a toda la gente y desalineó los intereses
individuales y los de la organización. Una alternativa es poner en práctica el
octavo hábito y los siete que lo preceden. Comience por desarrollar sus
cuatro inteligencias, identificar su
propia voz y expresarse a través de ella.
Para ser un líder, pruébese a
usted mismo que usted es confiable. La mayoría de los líderes deben su fracaso
a una pobre personalidad. Los líderes deben demostrarle a los demás su compromiso
con ciertos valores: mantener las promesas, ser honesto, íntegro, etc.
Aprendiendo a estimular
¿Por qué debemos estimular a
los demás para que encuentren su propia voz? Consideremos las alternativas. Es
posible mantener un férreo control sobre los demás, pero eso no suele ser muy
fructífero. Por el contrario, podemos darles responsabilidades a los demás, y
permitirles hacer lo que quieran. Pero eso tampoco es muy prudente.
La solución es dar a los demás
una “autonomía dirigida”, es decir, trabajar con los demás para establecer sus
objetivos y, luego, darles la autonomía necesaria para lograrlos.
Un acuerdo ganar-ganar no es un
contrato legal ni una descripción de cargo. Es un contrato psicológico y social
escrito en el corazón y la mente de la gente. Este tipo de acuerdos propicia
que los colegas se comprometan con los más altos objetivos de la compañía.
Inspirar a los demás
Para que una organización haga
algo equivalente a expresar la voz, sus líderes deben cumplir cuatro roles
fundamentales:
1. Dar el ejemplo: dé el
ejemplo con sus acciones, no despierte falsas expectativas. Escuche a los demás
y compórtese de un modo irreprochable.
2. Encontrar el camino:
propicie un sentido de dirección y orden en la organización.
3. Alinear: ayude a su
organización a ser coherente con el espíritu de confianza y estímulo.
4. Estimular: acepte y
acoja los cuatro elementos constituyentes de la naturaleza de una persona:
corazón, mente, cuerpo y espíritu. Confíe en que los demás serán capaces de
hacer elecciones por sí mismos.
Para ayudar a la organización a
encontrar su propia voz y alcanzar la grandeza, estos roles deben ser
orientados a:
Proveer
enfoque: incluye los roles de “dar el ejemplo” y “encontrar el
camino”. Para lograrlo:
Expanda
su radio de influencia.
Sea
digno de confianza.
Construya
relaciones fuertes y confiables.
Desarrolle
alternativas que combinen las voces de todos.
Construya
una visión común.
Ejecutar
mejor: incluye los roles de “alinear” y “estimular”. Para
lograrlo debe:
Alinear
los objetivos y los sistemas.
Darle
poder a los demás.
Tendiendo puentes
Es preciso superar seis brechas
para que el estímulo sea algo más que palabras:
1. Falta de claridad: el
viejo paradigma de la Era Industrial suponía que cuando se anunciaba un
programa a la fuerza laboral, esta debía entenderlo y acatarlo sin más. La
Misión de la compañía era el resultado de la iniciativa de los expertos. Fijar
la misión y visión era meramente un asunto de relaciones públicas. Los
trabajadores debían esperar siempre a ver qué pasaba. Pero en la Era de las
Comunicaciones, es preciso que los trabajadores tengan iniciativa y se
involucren en el negocio.
2. Falta de compromiso:
en vez de “venderle” nuevas ideas a la fuerza de trabajo, el octavo hábito respeta
a las personas como un todo. Las organizaciones que han asumido el paradigma de
la Era de las Comunicaciones toman en cuenta el bienestar de la mente, el
cuerpo, el corazón y el espíritu.
3. Falta de acción: los
objetivos deben traducirse en hechos. Para los trabajadores de la Era de las
Comunicaciones, esto se logra no tanto cumpliendo con la descripción del cargo,
sino alineando objetivos e incentivos con el fin de obtener los resultados
esperados.
4. Falta de libertad: en la Era Industrial se pensaba que la gente era un gasto y las herramientas una inversión. Una mejor idea es establecer una tabla en la que sean comparados objetivos con las capacidades individuales de cada trabajador. Esto permitirá que los ellos entienda la estructura de la compañía y cómo serán logrados los objetivos.
5. Falta de sinergia: para lograr sinergia, los gerentes deben entender la “tercera alternativa”: cuando hay dos ideas o posiciones en conflicto, los gerentes pueden llegar (escuchando y pensando creativamente) a una tercera posibilidad que sea aceptable para ambas partes.
6. Falta de controles mutuos: es preciso que haya un control mutuo y una comparación abierta del progreso alcanzado.
Ayudar a los demás
El mejor modo de utilizar los
ocho hábitos es ayudar a los demás. La razón última por la que establecemos
organizaciones es para ayudar a los demás. La noción de brindar servicio más
allá de uno mismo, nos da la autoridad moral necesaria para ser un gran líder.El problema no es: “¿Qué hay para mí?”; sino: “¿Qué hay en mí que pueda brindar a los demás?” Tras emprender el viaje de encontrar nuestra propia voz, debemos también ayudar a los demás a encontrar su propia voz.
Cada persona tiene un valor intrínseco. Una organización no tiene límites cuando el liderazgo deja de ser un cargo y se convierte en una opción. Escoger ayudar a los demás se vuelve así en el hábito más ilustrado de todos.
Recopilado del Libro: “The 8th Habit” por Stephen R. Covey.
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